domingo, 8 de febrero de 2009
El no tuvo la culpa
Todas las mañanas antes de ir al colegio, bajábamos a la sala y rezábamos frente a la imagen del corazón de Jesús. Ahí y tomándole muy fuerte la mano a mi padre, recuerdo haber vivido uno de los momentos más gratos de mi infancia. Solo éramos los tres, Mi papá, Jesús y yo. Cómplices de ese momento, de lo que nos contaríamos en secreto y de lo que nadie más se enteraría. Así antes de ir al cole, a ese segundo grado de primaria del cual a veces me acuerdo, rezábamos. Amén y después nada, las clases. Mi viejo encendía el auto y recogíamos en el camino a un niño gordito y de piel trigueña. Bozza era un compañero de mi salón, cuando te saludaba daba la mano despacito, como si sus metacarpos se fueran a quebrar. De vez en cuando le dábamos un aventón. Un día mi papá me dijo que el no rezaría conmigo, tenía un problema con el auto y el mecánico había llegado para ayudarlo. Yo entré a la sala de mi casa, un poco tímido, lo confieso. Todavía tenía el recuerdo fresco en mi memoria, de cuando con mi hermano veíamos tele a comienzos de los 90, y la televisión en ese entonces estaba encima de un ropero. Muy arriba para un chico de 6 años. Nosotros dos echados en la cama y de pronto, cuando daban comerciales. Empezaba mi temor, tener que cambiar de canal, y mover la perilla de esa caja metálica de marca SONY que sonaba tan frío: “Tac, tac, tac, tac”. Y enseguida, ver el retrato de un Jesús al costado de la tele, me aterrorizaba. De un brinco me volvía a la cama con la respiración acelerada y con la mano todavía temblorosa de ver a ese Jesús. No sé que era, ni tampoco porque me sentía así. Quizá el que su mirada me siga a todos los rincones de mi habitación. O que quizá al ver tele y cambiar de canal, me mire y me hable sobre lo que debo y no debo hacer. Entré a la sala muy despacio, mientras escuchaba el ruido del motor del Ford de mi papá. Luego de rezar y de pedirle perdón por tenerle miedo cuando era más pequeño, me fui viendo todos los adornos que estaban en una mesa. Luego, unas monedas y un par de billetes me llamaron la atención. Estaban encima de un recibo de agua, sin preguntarle nada a nadie, las cogí. El carro lo repararon al instante, no había pasado nada me dijo mi papá. Recogimos a Bozza y llegamos cinco minutos antes del toque de la campana que anunciaba la formación. A la hora del recreo, corrí velozmente hasta la cafetería y con la plata que me había encontrado, compré panes con hot dog para todo mi salón. Me sentí querido, popular, bondadoso y sobre todo, me sentí bien conmigo mismo por haberme encontrado ese tesoro y por compartirlo con mis amigos. Esa tarde estaba viendo televisión con mi hermano y mi mamá. Mi viejo llegó con el rostro lleno de preocupación, con un café en la mano, nos contaba sorbo por sorbo que el dinero para pagar el agua y que le pertenecía a mi abuelo, había desaparecido. No sé como, ni porqué las monedas que me sobraban luego del festín con gaseosa y panes con hot dog, cayeron al suelo. Luego todos, miraron las monedas desperdigadas en el suelo junto a un billete de 20 soles. Mi mamá me preguntó de donde había sacado ese dinero, llorando les dije que me lo había encontrado. Mi viejo furioso, agarró el dinero y se fue a completar lo que faltaba para luego, explicarle con mucha vergüenza a su papá que su nieto había robado el dinero. ¡Ladrón!- me dijo, yo solo atinaba a llorar y a pedirle perdón por algo que no sabía. Aún recuerdo su rostro, lleno de ira, diciéndome que él no tenía hijos ladrones. Le pedí perdón mil veces, aferrándome a sus piernas. Nunca más fuimos a rezar juntos. A veces pienso que ese Jesús nos extraña. No sé.
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